Por: Emilia González y Nina González
¿Trabajar en la calle es fácil?
En una típica tarde soleada de domingo por los andenes frente al Éxito de la 170 se encuentra toda clase de productos que se puedan imaginar, desde prendas de vestir, dulces, alimentos preparados, frutas exóticas, bebidas frías y calientes, joyas, libros, periódicos, escapularios, velas y cuanta más parafernalia. Con la calma dominical se puede explorar el mercado del rebusque con tranquilidad, una sensación tan frágil que va desapareciendo al ver cómo Rosalba y sus compañeros de trabajo cambian expresiones amigables de atención al cliente por alerta, un camión de policía se acerca para arrebatarles sus catres, chazas y carritos metálicos. No hay grito de protesta o insulto que valga, ni piernas que corran o brazos que esquiven a los policías para evitar perder la mercancía, solo quedan la rabia y la desolación de que se perdió el producido del día o tal vez de la semana.
Los policías les dicen “más vale que estén tranquilos, vayan despejando el área” y les recitan que en el capítulo III del Código de Policía y Convivencia se prohíbe propiciar la ocupación indebida del espacio público. “Tenemos que sancionarlos con el pago de 4 salarios mínimos diarios, pero como ustedes ni pagan y siguen viniendo tenemos que decomisar los bienes que están ocupando el espacio”.
Rosalba suspira y dice entre dientes, “este siempre ha sido mi lugar de trabajo desde hace 9 años que empecé a comerciar en las calles. Ya qué más da, solo espero llegar a mi casa y que los niños se estén portando bien en el colegio”.
Por este tipo de sucesos que desenlazan en violencia entre vendedores y policías, la Alcaldía de Bogotá, el IPES y el Gobierno Nacional han puesto en marcha varias alternativas para mejorar las condiciones de vida de los comerciantes informales, sus familias y las oportunidades de formalizar su negocio u obtener un empleo que les permita conseguir un estilo de vida con más garantías. Pues incluso el
Concejo de Bogotá afirmó este año que esta población no cuenta con cobertura de salud y mucho menos cotizan para una pensión.
Rosalba les grita a sus compañeros recién desalojados que ya no resistan más con esos policías, “al final siempre es lo mismo, primero viene una gente a ofrecerle a uno que un programa para aprender y formalizarse, pero uno a qué hora si hay que trabajar pa’ comer y para pagar el colegio, los servicios. Ahí sí no le ayudan a uno”.
Los andenes quedan casi desocupados con algunas bolsas en el suelo, maniquíes y telas por un lado y otro, uno de los compañeros de Rosalba, Manuel, le dice que se tranquilice: “Rosalbita, yo ya llevo en esto del rebusque más de 15 años, y cuando esto pasa, lo único que uno puede hacer es buscar un nuevo puesto y ya. Hágale, que usted es berraca”.
El comercio informal y el formal se complementan, no se puede dejar de lado que la economía informal mueve buena parte del Producto Interno Bruto por lo que resulta de vital importancia para la
economía nacional.
Mitos de rebuscarse la vida en la calle
Llega el lunes en la noche y Rosalba de nuevo está con sus hijos, aún no ha podido encontrar un nuevo lugar para seguir en el rebusque. Pablito y Pedrito tampoco están muy contentos, uno de sus compañeros de clase tiene la costumbre de cantarles una canción de rap que dice que ellos y Rosalba nunca tienen para comprar ropa, ni para salir los fines de semana, pero que sí ayudan a cuidarle la marihuana a los muchachos que la venden en el barrio. Rosalba les sube el ánimo diciéndoles que ellos saben bien cuál es la verdad y con eso les basta.
En torno al comercio informal cada día se tejen miles de mitos. Hoy esta actividad no está vista como algo negativo, al contrario, para muchos es una especie de emprendimiento y más del 50% de los vendedores esperan construir un negocio más sólido y progreso a través de sus ventas actuales.
Este año la Alcaldía de Bogotá y la Defensora del Pueblo, afirmaron que más del 50% de los vendedores informales tienen carro, casa y hacen parte del régimen contributivo. No obstante, cuando esta información se verifica con el Catastro Distrital y la Secretaría de Movilidad, se haya que la gran mayoría no son propietarios, posiblemente porque estos bienes son de algún familiar.
Rosalba vive en una calle del barrio San Blas, en el segundo piso de una casa esquinera de estrato 2 en obra gris que la convirtieron en unos apartamentos, en una habitación duerme cómodamente con sus dos hijos, al lado tiene la cocina y la sala en el mismo espacio, con un pequeño televisor que los entretiene en las noches. El sofá que le regaló su mamá lo cuida como un tesoro, es el lugar donde los niños hacen las tareas con la luz tenue de una vieja lámpara. La mayor parte de los vendedores informales habita en viviendas de estrato 2, aunque aparece un 21% viviendo en estrato 3.
También se cree que los comerciantes informales son esporádicos o espontáneos y no están organizados como un gremio, sin embargo, en aquella época cuando los televisores a color emanaban tonos lavados y los busos blancos de cuello tortuga estaban de moda, se creó el
Fondo de Ventas Populares, mediante el Acuerdo 25 de diciembre 27 de 1972, con personería jurídica y autonomía patrimonial. Es a través de este que Rosalba se reúne con sus compañeros de trabajo de varias partes de la ciudad para exigirle a las alcaldías locales y al Distrito mejores condiciones para sus oficios.
Mafias: arriendo del espacio público
A menudo se piensa que el comercio informal es sinónimo de estar exentos de impuestos, arriendos y demás obligaciones económicas que trae el comercio formal; sin embargo, muchos de estos comerciantes deben pagar a “mafias” para poder permanecer en los espacios donde venden sus productos.
En la búsqueda de un nuevo lugar para trabajar, Rosalba se encuentra a su amiga Beatriz, quien vende tinto y aromática en Bosa. Mientras se toman una bebida caliente para mitigar el frío capitalino, hablan sobre la cantidad de dinero que Beatriz debe pagar por trabajar en esta zona tan concurrida: “como mínimo me cobran cinco mil pesos al día, pero cuando ven que hay mucha gente me pueden venir hasta por veinte mil pesos... Ellos tienen gente aquí que lo vigila a uno, y es mejor no arriesgarse a hablar para evitar cualquier inconveniente”.
De acuerdo con medios como El Tiempo y El Espectador, este año, en los barrios de Suba y El Restrepo se desmontaron organizaciones dedicadas a cobrar entre 80.000 y 4’000.000 de pesos mensuales para el uso de carpas en el espacio público.
El Espectador señala que en la Avenida Suba con Ciudad de Cali estas estructuras lograron recaudar hasta 207 millones de pesos mensuales provenientes de por lo menos 413 vendedores informales durante 10 años.
“Cuando yo trabajaba en el centro cobraban mucho más que aquí. Un muchacho se atrasó con el pago casi un mes y terminaron amenazándolo de muerte, él se puso a contarle a la policía y llegaron a buscar a los duros de esa mafia. ¡Los agarraron! Pero el remedio fue más duro que la enfermedad porque a nosotros nos sacaron de esa zona también”, cuenta Beatriz.
La Alcaldía de Bogotá ha realizado cuatro operativos de recuperación del espacio público en los últimos dos años. El secretario de Gobierno, Miguel Uribe Turbay argumenta que además de la recuperación, en los operativos, se han encontrado con bandas dedicadas al hurto y al
microtráfico. No obstante, es claro que no se puede estigmatizar a los vendedores informales por este tipo de sucesos e incluso, son estos grupos los que se aprovechan de los comerciantes vulnerables obligándolos a pagar un “arriendo” por su permanencia en determinado espacio.
¿Qué les espera a los vendedores informales?
Rosalba no puede seguir esperando más días hasta encontrar un nuevo puesto, así que temporalmente sale en las mañanas a la parada del bus más concurrida del barrio para venderle cigarrillos y chicles a los transeúntes. Ella sueña con un mejor futuro para sus hijos, quiere darle mejores oportunidades y más posibilidades de acceder a la educación superior.
Observa con admiración la historia de Gerardo, uno de sus vecinos, que con mucho esfuerzo y la ayuda de un banco que financiara su idea, logró poner el puesto de arepas rellenas que tenía en la calle en un pequeño local que queda en el primer piso de su casa. La legalidad se está convirtiendo en una opción real para los vendedores informales, que buscan mejorar sus condiciones y las de sus familias, apoyados en préstamos, proyectos públicos o en los ahorros de toda la vida.
La historia de Rosalba no acaba, sigue madrugando, mandando a sus niños al colegio y saliendo a vender los productos en su chaza... El tiempo pasa lento, pero ella sigue creyendo que el comercio informal pero honesto la ayudará a cumplir las metas que tiene.